Detrás de la máscara


La mayoría de los niños ama Halloween. La idea de disfrazarse de sus personajes favoritos y comer dulces, los llena de entusiasmo. Pero, ¿que pasa cuando un niño de 10 años espera con ansias esta festividad solo porque puede esconderse bajo un traje y evitar, por lo menos un día, las burlas y miradas de la gente? Este es el caso de August. 
Auggie, es fanático de Star Wars, por consiguiente, quiere disfrazarse de su personaje preferido: Boba Fett. Por esas cosas de la vida, no lo concreta, llegando a su colegio vestido como el malo de la película Scream. Aun así, se da cuenta de que, con esa máscara, nadie le teme, no sienten repugnancia de su aspecto e incluso lo saludan (días antes descubrió que sus compañeros tenían miedo de llegar a tocarlo, y cuando accidentalmente lo hacían, corrían a lavarse). Para él, este día era una oportunidad de ser aceptado y sentirse parte de la clase. 
Este acontecimiento es típico de nuestra sociedad moderna por dos razones. La primera apunta a que, como personas, vivimos rodeados de incertidumbre y superficialidad, por lo tanto, para evitar ese temor y futuro incierto, deseamos agradar a todos y sentir ese deseo, aunque pasajero, de placer. Por esto, nos vestimos y maquillamos con las mejores marcas, con tal de borrar nuestras imperfecciones a toda costa. La segunda razón, es consecuencia de la anterior, es decir, si alguien no llega a seguir esta regla, se le aísla y trata como un bicho raro, pues no es capaz de ser como todo el mundo dicta. Así, surgen las acciones de discriminación. 
Ahora bien, al momento de darnos cuenta de que un niño,  de apenas 10 años, siente deseos de cambiar físicamente solo por agradar a desconocidos (ya que con su familia podía ser tal cual es), podemos decir que nos hemos transformado en una sociedad totalmente superficial, trastornada y degradada. 
Desde nuestra área de la pedagogía deberíamos ser capaces de poner un alto a estas acciones. Sabemos que convivimos con niños muy distintos, por lo mismo, como profesores, debemos aceptar la diversidad y, así, inculcarla a nuestro alumnos. Si vemos que los jóvenes son criados con odio, contribuyamos a que conozcan la bondad, solidaridad y resiliencia. Seamos actores de cambio y tratemos de nunca convertirnos en docentes que hagan ojos cerrados a acciones y situaciones como las que August debe sobrellevar día a día en su escuela. Ayudémoslos a que no se escondan detrás de una máscara.


Por María José Torres Inostroza.

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